пятница, июня 22, 2007




Me siento como si un novio muy querido me hubiera dejado, la misma sensación de vacío, de abandono: mi computadora ha muerto!! Ayer, repentinamente -bueno, ni tanto: hace tiempo venía dando pequeños "problemitas"- dejó de funcionar. Sin previo aviso, sin despedirse. Lo peor: sin darme tiempo a respaldar toda la información que contiene. Ahora no quiero pensar en que voy a perder toda la información contenida. El disco duro tiene más cosas almacenadas que yo en mi cabeza. Solo espero que sea recuperable. Ahora acabo de llamar a Apple, y hasta el martes me dirán qué puedo hacer, es decir, cuánto cubre el seguro y cuál es el siguiente paso.

Quizás no tener computadora durante un fin de semana me permita dedicarme a otras cosas que habitualmente no hago. Estar en familia, por ejemplo. Quizás solo ahora lo noto totalmente: somos dependientes de estos aparaticos, que han venido a suplir, en la función familiar, lo mismo que hace algunas décadas ya hizo la tele: interrumpir la comunicación entre los habitantes de una misma casa, llenar espacios vacíos para los cuales somos incapaces de buscarles otros contenidos. Tenemos más amigos por la computadora que con los que compartimos a diario; nos comunicamos más con los "intangibles" que con esos que podemos ir a tomar un café, un trago, o simplemente estar en un parque.

Para poner un ejemplo: desayunamos leyendo y contestando correos electrónicos y leyendo las noticias por Internet. Lo mismo puede decirse de esos horarios que alguna vez, ya no recordamos cuándo, eran llamados almuerzos y comidas. No almorzamos ni comemos con la gente que supuestamente queremos, sino con la computadora. Y por las noches, ni se diga. En lugar de hablar, o de simplemente acostarse a descansar al lado de alguien que uno quiere, estamos hasta las mil y tantas con los ojos cerrándose, escribiendo -qué es lo de menos, se trata al fin y al cabo de suplir contenidos-.

Quizás por todo eso me siento ahora tan mal -además, por supuesto, de la información cuyo destino final desconozco, si es recuperable o no todo lo que está ahí y que por falta de precaución, por flojera, por falta de tiempo, por lo que sea, no salvamos a tiempo, no pusimos a resguardo. Me siento mal porque al fin y al cabo la computadora es mi más cercana compañía, "quien" sabe más de mí, de cómo me siento, con quién me comunico, qué leo, qué escribo, qué compro, incluso hasta qué como.

Creo que me dedicaré a ordenar mi casa. A buscarle un lugar y un sentido a todo lo que ahora puebla este sitio.

Ahora, gracias a la generosidad de cierta persona, puedo escribir estas cosas. Pero pasaré un fin de semana -y quién sabe cuánto tiempo más-, sin computadora.

пятница, июня 15, 2007


Socialismo soviético vs socialismo alemán





En los últimos días he visto dos películas que aunque con grandes diferencias entre sí, abordan, al menos tangencialmente, el mismo tema: la vida durante un breve período de tiempo en los países que "construían" el socialismo en Europa. Se trata de Burnt by the sun -cuyo título en español desconozco, pero al menos en inglés es una traducción literal del ruso, así que podría ser en español Quemados por el sol- y The life of the others. La primera es una película rusa de 1994, que ganó varios premios en su momento: Oscar al mejor filme en lengua extranjera, en la edición 67 de los Oscares; el premio del Gran Jurado en el Festival de Cannes; y el de Selección Oficial en Toronto. El director de la película, Nikita Mikhalkov, hizo también de uno de los personajes principales dentro de la historia: el Camarada Serguei Kotov, un hombre de unos 50 y tantos años. Kotov, un héroe de la revolución bolchevique, conoce las reglas del juego. Ahora disfruta de una vida casi idílica en el campo, junto a su esposa María -Marusha- y su hija de seis años Nadia. Viven en una especie de casa de campo de la ex burguesía rusa pre revolucionaria, junto a otros familiares. Es el verano de 1936, Lenin ha muerto hace algunos años (1924) y Stalin es el líder absoluto del gobierno. La casa ha devenido una especie de residencia para artistas o algo así. Los más viejos viven añorando el pasado de glamour burgués. Aquí llega Mitia, un ex novio de Marusha, a quien había abandonado unos diez años antes. En realidad nunca sabemos bien por qué abandonó a Marusha, si fue obligado, enviado a una misión política o si fue su decisión. Pero ahora Mitia trabaja para la policía secreta de Stalin y su misión es acabar con Kotov, quien al parecer, ha caído en desgracia ante el "gran líder", pese a conocer el número directo de su oficina. El espectador sabe que Kotov sabe, que ninguno de los "procedimientos políticos" de la revolución le son ajenos. Mitia le cuenta a Kotov la misión que tiene, y éste acepta su destino. Nadie más sabe qué ocurre -o más bien, qué va a ocurrir-. La llegada de Mitia desequilibra un tanto a Marusha, quien en sus muñecas lleva las señales de un intento fallido de suicidio. Cuando Mitia le pregunta qué pasó, ella responde que no sabía que para que fuera efectivo tenía que cortarse la venas y meterse dentro de una bañera con agua para evitar la coagulación. Tampoco sabemos por qué Mitia le confiesa a Kotov el motivo de su visita. En realidad, uno sabe bastante poco de los personajes. Por ejemplo, al principio de la película, Mitia ha intentado suicidarse jugando a la ruleta rusa en el baño de su casa. Al fallar, responde al teléfono y dice que sí lo hará -obviamente: acabar con Kotov. Lo que interesa de la película, además de la maravillosa actuación de Nadia, la niñita de seis años, es el cuadro general que nos da de esos años del socialismo en la Unión Soviética: estar o no estar, vivir o no vivir depende de la voluntad de los que tienen el poder directamente. Al final de la película, Mitia se suicida, cortándose las venas dentro de la bañera de su apartamento en Moscú. Tras ser ejecutado Kotov -no sabemos cómo-, Marusha y Nadia son enviadas a campos de concentración. Marusha muere a los pocos años, pero Nadia sobrevive. En 1953 los tres fueron rehabilitados o exonerados de los cargos que se les imputaron, después del 20 Congreso del PCUS, en un intento hecho por Nikita Khruschev para intentar revertir el daño causado por Stalin.
Respecto a la película, Mikhalkov ha dicho:
"With this film, I am not looking to judge an era, I am only trying to show through a tragic perspective, the charm of a simple existence: of children continuing to be born, of people loving each other, living their life's moments, and having faith that all that was happening around them was for the best. People cannot be blamed for believing, but one can blame those who misled them. How can one accuse someone of stealing his own life? These are the reasons I have tried to understand this era. I am trying to say that we have all been victims and actors of what has happened, victims of what we created".





La segunda película, The life of the others, la vi apenas hace dos días. Es, sencillamente, una película magnífica. Narrativamente situada en 1984, cuenta la historia de una pareja de artistas: un dramaturgo y su novia actriz, que viven y trabajan en la República Democrática Alemana y cómo por el encaprichamiento de un ministro con Christa-Maria Sieland, la muchacha, el director y escritor de teatro, Georg Dreyman, es vigilado y perseguido para aniquilarlo y sacarlo del medio. La película fue estrenada en el 2006, y estuvo escrita y dirigida por Florian Henckel von Donnersmarck. Da cuenta del sistema de vigilancia secreta y persecusión que podían sufrir las personas en la Alemania comunista. Cuando uno ve la película, o al menos cuando yo la vi, no pude dejar de preguntarme si el asunto ha sido realmente tan cruel, tan inhumano. La Stasi -policía secreta- cablea todo el apartamento de Dreyman para grabar sus conversaciones. Pero el encargado de la vigilancia, Gerd Wiesler, un profesor de técnicas de espionaje, va transformándose durante la misión. Poco a poco va adquiriendo una nueva mirada hacia todo: hacia los otros, hacia el sistema político, hacia su jefe e incluso, hacia el ministro, quien por tener a una mujer es capaz de querer aniquilar a un hombre. Hay un fragmento que a mi parecer es el más significativo: Albert Jerska, un viejo dramaturgo venido a menos desde hace casi una década por haber entrado a formar parte de la lista negra del régimen, se suicida. Dreyman recibe la noticia por teléfono y va al piano y comienza a tocar una partitura que había recibido de su amigo el día de su cumpleaños: Sonata por un buen hombre (compuesta por Gabriel Yared especialmente para la película). En ese momento, Dreyman le dice a Christa-Maria que Lenin había dicho en algún momento que si hubiera seguido escuchando la Appassionata, de Bethoven, no hubiera podido hacer la revolución. En otro momento, Wiesler está leyendo en voz alta un fragmento de un poema de Brecht, Recuerdo de Marie A, de un libro que se había llevado del apartamento de Dreyman y que antes había estado leyendo Jerska. Incluso, llora. A partir de entonces ya no es el mismo.
Poco a poco, Wiesler deja de hacer reportes verídicos y empieza a crear otra historia para Dreyman y sus amigos, quienes incluso llegan a pensar que el apartamento está "limpio". Así, la vida de Wiesler -vacía, solitaria y muy triste- va cambiando hasta llegar a tener la misión de proteger a Dreyman. Luego de la muerte de Jerska, Dreyman escribe un artículo para una revista de Berlín occidental sobre la tasa de suicidios en Alemania Democrática y cómo el gobierno había decidido, años atrás, dejar de contar los suicidios. Pero Christa-Maria comete dos errores: el primero, rechazar al ministro, quien entonces se dedica a perseguirla para poder "cogerla" en algo. Y lo logra. La chica compraba y abusaba de medicinas controladas. Es detenida y lleva al centro de interrogación. Pero antes había cometido un segundo error: ver el escóndite de la máquina de escribir con la que Dreyman había escrito el artículo para la revista. En el centro de interrogación, utilizará esta información para lograr salvarse. Ya hay sospechas sobre Wiesler, y es llamado para interrogar a Christa-Maria. En la interrogación, ella confiesa el lugar secreto donde estaba la máquina de escribir. Pero Wiesler se adelanta a la Stasi y la saca de su escondite. Cuando llega la secreta, ya no hay evidencia. Pero Christa, sintiéndose culpable y sin saber que la máquina no estaba en su sitio, arranca a correr y se suicida tirándose frente a un camión.
Resumiendo -porque ya me parezco a mi hermana, que cuando se ponía a contarte una película resultaba más tardado que la propia película-: al final ya se ha caído el muro de Berlín y han pasado algunos años. Dreyman se entera que sí había estado vigilado y descubre quién lo había salvado. Hubo un momento, cuando va en busca de Wiesler y lo ve de lejos, en que yo pensé que se iba a echar a perder la película, pero por fortuna, no ocurrió: Dreyman nunca llega hasta Wiesler, sólo se limita a verlo de lejos. Dos años después, publica una novela, Sonata por un buen hombre, dedicada al agente de la Stasi que lo había salvado.

En fin, se trata de dos películas muy buenas, alejadas de cualquier vínculo con el panfleto o el maniqueo fácil. Son historias de seres humanos, sus amores, sus destinos, su fe, sus transformaciones, todo eso encuadrado en sistemas represivos y aplastantes.






Y sobreviví!

Sí, señores: el martes comencé mi diario viaje de ida y vuelta desde mi casa hasta Phillips Hall y he sobrevivido, incluso más: he mejorado mi velocidad y resistencia y el camino, que antes me tomaba unos 40 a 45 minutos, se ha reducido considerablemente a 20-25 minutos, con lomitas subidas incluido. Hoy no pude ir en bici porque anoche me dormí muy tarde y tenía examen hoy y no quería llegar retrasada. Pero el lunes retomo mis viajes por la orilla del río.
Para ser sincera, he de confesar que el primer día recordé mucho a un gran amigo mío, Gabriel Capetillo, quien un día hizo un largo viaje de La Habana a Matanzas en bicicleta para visitarme, y en algún momento del trayecto estaba tan extenuado -y supongo que hipoglicémico- que ya no tuvo fuerzas ni siquiera para frenar y solo condujo la bici hasta el césped y se tiró ahí como pudo. Pues yo estuve a punto de hacer lo mismo, solo que con dirección al río. Creí que no podía -son muchos años de no poner las sentaderas sobre una bicicleta-.
pero eso ya está superado y ahora voy y vengo sin cansarme más de la cuenta.
Siempre que estoy en la bici voy pensando mucho en mi papá.

pd. Esta foto es del Iowa River, que me sirve de compañía en mi viaje hacia el ruso, pero esta foto es de 1940 y en invierno. De todos modos, está hermosa.

суббота, июня 09, 2007

Yo compré mi bicicleta
-o la verdadera historia de mi relación con las bicicletas-






Debo confesar que mi relación con las bicicletas no ha sido siempre llevadera. Aprendí a montar realmente como a los 8 años. Por ese entonces mi papá tenía una bicicleta rodada 28, y como yo alcanzaba, tenía que meter el pie por debajo del caballo. El aprendizaje me dejó no sólo unos cuantos rasponazos en las rodillas, codos y otros sitios vulnerables, sino también un montón de espinas clavadas en la cabeza y el rosal de mi mamá completamente destrozado. Pero aprendí a montar! De pequeña nunca tuve bicicleta propia. Cuando iba a casa de mis abuelos montaba en la de mis primos, y el resto del tiempo practicaba en el patio trasero de mi casa con la de mi papá. En las vacaciones de verano, recuerdo una vez que rentamos unas bicicletas y anduvimos un rato paseando por la playa. Pero nada más. Luego, cuando entré en la universidad, no recuerdo ya si en primer o segundo año, me dieron una bicicleta por la escuela. Era una inmensa bicicleta china que mi amigo Gabriel Capetillo se encargó de ensamblar en la plazoleta de la universidad. Y ahí me fui yo, calle abajo en la rodada, como el tango de Gardel, con aquella bicicleta con todos los tornillos flojos, rumbo al Malecón. Por supuesto, iba muerta de miedo. Y mis amigas y amigos, que me pasaron por el lado en una guagua, estuvieron haciendo chistes a costa mía el resto de la carrera, por la postura tan erguida y mi manera de conducir tan cómica. Pocos días después, mi padre llegó a La Habana para acompañarme a llevar la bicicleta para Matanzas. Señores, eso fue una odisea. Si montarse en una guagua en Cuba es un acto casi de magia, hacerlo con una bicicleta al hombro es algo que merece una medalla. Pues bien, allá fuimos mi padre y yo, arrastrando aquel armatroste de hierros pesados, montados en una guagua. Luego, cruzar la bahía a bordo de la lanchita de Regla y después coger el tren rumbo a Matanzas. Para no hacer la historia tan larga, llegamos vivos y con la bicicleta intacta a Matanzas. Pero la estación del tren queda lejos de mi casa. Por algún milagro inexplicable, de esos casi de salvación, mi papá logró que un guaguero nos llevara hasta la casa con nuestra bicicleta, más allá de la media noche. Nunca supe cuánto pagó mi papá por aquel "favor".
He de decir que no he progresado mucho en esto de andar en bicicleta. Cuando en Cuba se acabó el petróleo y la gasolina y no hubo más remedio que echar mano a las dos ruedas, yo me abstuve y prefería caminar por horas antes de lanzarme a la aventura de recorrer mi ciudad, llena de lomas y curvas, a bordo de una bicicleta. Creo que uno de los días que más he caminado en mi vida lo hice por tres horas seguidas, sin parar, desde casa de mi amiga Yosorys hasta mi casa -es decir, de una punta a otra de la ciudad casi-. Otro día, terminada ya la carrera y de vuelta a mi querida Matanzas, iba yo al teatro, al Festival Internacional de Ballet que tenía su subsede en el Sauto. Y estaba en la parada por horas, muy elegante con un vestido negro, pero de la guagua ni señales. Y tampoco pasaba ni un carro al cual cogerle una botella. De repente, apareció un tipo en una bicicleta y lo único que atiné a gritar fue: llévame! El tipo, todo un caballero, iba borracho que se caía, pero accedió a llevarme hasta la puerta del teatro. Para que tengan una idea: la casa en la que vivía en Cuba queda más o menos en la punta de una colina, y el teatro, en el bajío que está junto a la bahía. Es decir, de mi casa para abajo se coge una buena velocidad, casi se va en caída libre. Pues yo me subí, muy propia, en la parrilla del tipo aquel y llegué, sana y salva, a la puerta del teatro, a tiempo para entrar, cuando ya mis amigos estaban casi por revender mi entrada. Esa noche, un amigo estaba tan emocionado viendo aquella función de ballet que metió un grito de Cojones! en el medio del teatro, que retumbó. Pero esa es otra historia.
Creo que esa fue la última vez que coloqué mis sentaderas en una bicicleta, y no iba yo al volante. Anoche me compré una bicicleta. Hoy me he pasado el día andando en bicicleta, tratando de recuperar la poca práctica que alguna vez tuve. La idea es irme a la escuela en bicicleta, por dos motivos principales: el precio de la gasolina está por las nubes y además, necesito hacer ejercicios. No sé si me atreveré a irme el lunes a mi clase de ruso en bicicleta. Tal vez necesite un poco más de práctica para hacer el viaje de más de media hora que me separa de la universidad. En todo caso, ya les contaré. Por lo pronto, tengo un dolor innombrable en el sitio de sentarse.

суббота, июня 02, 2007




Uno puede, visto desde afuera, no tener ningún motivo para estar triste. Uno puede tener la mejor de las vidas que imaginó jamás, poderse sentar y mirar y decir: bueno, estoy aquí. -Y ese aquí puede tener significados muy distintos para cada quien. Pero básicamente estar aquí significa estar vivos y tener motivos para seguir vivos. Tener incluso algún que otro sueño oculto e inconfesable por realizar. Y a pesar de todo eso, uno puede ser, puede estar, endemoniadamente triste. Porque no hace falta realmente ningún motivo en especial para la tristeza. Puede ser la cosa más invisible, lo más soterrado, un gesto del otro, un atardecer que se nubla, una carta que no llega a tiempo. O nada de esto. O todo esto y mucho más. Pero la gente no sabe. A veces ni uno mismo sabe bien qué. Y se está triste. Terriblemente. Con unas ganas de esconderse debajo de una manta, en algún rincón y no oír, no saber, no hablar, no existir.
Yo tengo muchos motivos para ser feliz. Mi Carmen acaba de tener una cirugía que me tuvo en vilo durante mucho tiempo, y todo salió bien. Mi Mariana se recupera de un estreptococo en la garganta y sus vacaciones están a la vuelta de dos días. Yo gané una beca para estudiar ruso en el verano, empiezo el lunes 4 de junio; conseguí un trabajo en el Departamento de Danza, donde luego de utilizar mi "poder de gestión", logré que me paguen no sólo lo justo, sino además, decentemente. Acabo de terminar -y muy bien- el primer año de Doctorado y posiblemente en unos cuantos meses más logre hacer los exámenes y estar lista para comenzar con la disertación. Tengo amigos leales: Darenis, José, Silvia, Ruth, Mandy, Normy, Alfre y Yis, mi querida Laura, Carmen, Fabi... Mis problemas económicos se van pagando cada mes, como corresponde, y al menos, tenemos para pasar el verano. Cristián ganó una beca para escribir su tesis en estos meses. Mi mamá sigue estando conmigo y aliviando, en mucho, mi vida. El apartamento en el que vivimos es agradable, espacioso, cómodo; el barrio, tranquilo, seguro. Incluso tenemos internet inalámbrico gratis. Solo nos sobresaltamos a veces cuando el cielo negrea y amenaza tornado. El pan me sale cada vez mejor, y he intentado, incluso, recetas un poco más atrevidas que han salido muy bien, tanto, que el pan no llega a enfriarse: se acaba al momento.
En fin, podría seguir enumerando todas las razones, hasta las más pequeñas, hasta las más íntimas, que tengo para ser feliz. No podría, en cambio, mencionar tan solo una de las cosas por las cuales soy infeliz. Y a pesar de todo, estoy triste.
No sé si es esta vocación sempiterna por la amargura, o la tristeza, o la melancolía, o la nostalgia. Ahora no hay invierno al cual echarle la culpa. Incluso hasta el clima es favorable en estos días. En realidad no hay nada que pueda culpar. Todo es tan perfecto que hasta creo que fastidia. O puede ser que aquí todo es apariencia: las casas son de cartón, las personas son tan políticamente correctas que pese a joderte la vida, lo hacen con una sonrisa en los labios, dándote un abrazo y preguntándote por la familia y por tus planes. Esta no es mi casa.
Ni siquiera tendría que escribir todo esto: no me interesa contárselo a nadie -bueno, casi nadie visita este lugar, en realidad: ni el virtual ni el real-. Tampoco tengo energías para cambiar el estado actual de las cosas. Tampoco tengo fuerzas para modificar nada, pero sobre todo, no sabría qué modificar.
La lejanía del mar me aplasta, literalmente. En Belice, cuando me sentía mal iba a la orilla del mar, a una playita que se llama Miami Beach y que de Miami y de Beach tenía tanto como yo de cosmonauta. Aquí, ya lo he dicho, no hay mar. Sin embargo, es una ciudad bonita. Me gusta este lugar.
Ahora voy a ver una película que habla sobre las pérdidas, sobre la tristeza de las pérdidas: утомлённое солнцем (Burnt by the Sun). La veré por segunda vez. Luego les contaré.

pd. La foto de este posteo me la mandó hace mucho tiempo mi amigo Jorge Andrade, desde Cancún. Es el interior de un carro viejo que su familia tuvo en su patio por mucho tiempo.