Yo compré mi bicicleta
-o la verdadera historia de mi relación con las bicicletas-
-o la verdadera historia de mi relación con las bicicletas-
Debo confesar que mi relación con las bicicletas no ha sido siempre llevadera. Aprendí a montar realmente como a los 8 años. Por ese entonces mi papá tenía una bicicleta rodada 28, y como yo alcanzaba, tenía que meter el pie por debajo del caballo. El aprendizaje me dejó no sólo unos cuantos rasponazos en las rodillas, codos y otros sitios vulnerables, sino también un montón de espinas clavadas en la cabeza y el rosal de mi mamá completamente destrozado. Pero aprendí a montar! De pequeña nunca tuve bicicleta propia. Cuando iba a casa de mis abuelos montaba en la de mis primos, y el resto del tiempo practicaba en el patio trasero de mi casa con la de mi papá. En las vacaciones de verano, recuerdo una vez que rentamos unas bicicletas y anduvimos un rato paseando por la playa. Pero nada más. Luego, cuando entré en la universidad, no recuerdo ya si en primer o segundo año, me dieron una bicicleta por la escuela. Era una inmensa bicicleta china que mi amigo Gabriel Capetillo se encargó de ensamblar en la plazoleta de la universidad. Y ahí me fui yo, calle abajo en la rodada, como el tango de Gardel, con aquella bicicleta con todos los tornillos flojos, rumbo al Malecón. Por supuesto, iba muerta de miedo. Y mis amigas y amigos, que me pasaron por el lado en una guagua, estuvieron haciendo chistes a costa mía el resto de la carrera, por la postura tan erguida y mi manera de conducir tan cómica. Pocos días después, mi padre llegó a La Habana para acompañarme a llevar la bicicleta para Matanzas. Señores, eso fue una odisea. Si montarse en una guagua en Cuba es un acto casi de magia, hacerlo con una bicicleta al hombro es algo que merece una medalla. Pues bien, allá fuimos mi padre y yo, arrastrando aquel armatroste de hierros pesados, montados en una guagua. Luego, cruzar la bahía a bordo de la lanchita de Regla y después coger el tren rumbo a Matanzas. Para no hacer la historia tan larga, llegamos vivos y con la bicicleta intacta a Matanzas. Pero la estación del tren queda lejos de mi casa. Por algún milagro inexplicable, de esos casi de salvación, mi papá logró que un guaguero nos llevara hasta la casa con nuestra bicicleta, más allá de la media noche. Nunca supe cuánto pagó mi papá por aquel "favor".
He de decir que no he progresado mucho en esto de andar en bicicleta. Cuando en Cuba se acabó el petróleo y la gasolina y no hubo más remedio que echar mano a las dos ruedas, yo me abstuve y prefería caminar por horas antes de lanzarme a la aventura de recorrer mi ciudad, llena de lomas y curvas, a bordo de una bicicleta. Creo que uno de los días que más he caminado en mi vida lo hice por tres horas seguidas, sin parar, desde casa de mi amiga Yosorys hasta mi casa -es decir, de una punta a otra de la ciudad casi-. Otro día, terminada ya la carrera y de vuelta a mi querida Matanzas, iba yo al teatro, al Festival Internacional de Ballet que tenía su subsede en el Sauto. Y estaba en la parada por horas, muy elegante con un vestido negro, pero de la guagua ni señales. Y tampoco pasaba ni un carro al cual cogerle una botella. De repente, apareció un tipo en una bicicleta y lo único que atiné a gritar fue: llévame! El tipo, todo un caballero, iba borracho que se caía, pero accedió a llevarme hasta la puerta del teatro. Para que tengan una idea: la casa en la que vivía en Cuba queda más o menos en la punta de una colina, y el teatro, en el bajío que está junto a la bahía. Es decir, de mi casa para abajo se coge una buena velocidad, casi se va en caída libre. Pues yo me subí, muy propia, en la parrilla del tipo aquel y llegué, sana y salva, a la puerta del teatro, a tiempo para entrar, cuando ya mis amigos estaban casi por revender mi entrada. Esa noche, un amigo estaba tan emocionado viendo aquella función de ballet que metió un grito de Cojones! en el medio del teatro, que retumbó. Pero esa es otra historia.
Creo que esa fue la última vez que coloqué mis sentaderas en una bicicleta, y no iba yo al volante. Anoche me compré una bicicleta. Hoy me he pasado el día andando en bicicleta, tratando de recuperar la poca práctica que alguna vez tuve. La idea es irme a la escuela en bicicleta, por dos motivos principales: el precio de la gasolina está por las nubes y además, necesito hacer ejercicios. No sé si me atreveré a irme el lunes a mi clase de ruso en bicicleta. Tal vez necesite un poco más de práctica para hacer el viaje de más de media hora que me separa de la universidad. En todo caso, ya les contaré. Por lo pronto, tengo un dolor innombrable en el sitio de sentarse.
He de decir que no he progresado mucho en esto de andar en bicicleta. Cuando en Cuba se acabó el petróleo y la gasolina y no hubo más remedio que echar mano a las dos ruedas, yo me abstuve y prefería caminar por horas antes de lanzarme a la aventura de recorrer mi ciudad, llena de lomas y curvas, a bordo de una bicicleta. Creo que uno de los días que más he caminado en mi vida lo hice por tres horas seguidas, sin parar, desde casa de mi amiga Yosorys hasta mi casa -es decir, de una punta a otra de la ciudad casi-. Otro día, terminada ya la carrera y de vuelta a mi querida Matanzas, iba yo al teatro, al Festival Internacional de Ballet que tenía su subsede en el Sauto. Y estaba en la parada por horas, muy elegante con un vestido negro, pero de la guagua ni señales. Y tampoco pasaba ni un carro al cual cogerle una botella. De repente, apareció un tipo en una bicicleta y lo único que atiné a gritar fue: llévame! El tipo, todo un caballero, iba borracho que se caía, pero accedió a llevarme hasta la puerta del teatro. Para que tengan una idea: la casa en la que vivía en Cuba queda más o menos en la punta de una colina, y el teatro, en el bajío que está junto a la bahía. Es decir, de mi casa para abajo se coge una buena velocidad, casi se va en caída libre. Pues yo me subí, muy propia, en la parrilla del tipo aquel y llegué, sana y salva, a la puerta del teatro, a tiempo para entrar, cuando ya mis amigos estaban casi por revender mi entrada. Esa noche, un amigo estaba tan emocionado viendo aquella función de ballet que metió un grito de Cojones! en el medio del teatro, que retumbó. Pero esa es otra historia.
Creo que esa fue la última vez que coloqué mis sentaderas en una bicicleta, y no iba yo al volante. Anoche me compré una bicicleta. Hoy me he pasado el día andando en bicicleta, tratando de recuperar la poca práctica que alguna vez tuve. La idea es irme a la escuela en bicicleta, por dos motivos principales: el precio de la gasolina está por las nubes y además, necesito hacer ejercicios. No sé si me atreveré a irme el lunes a mi clase de ruso en bicicleta. Tal vez necesite un poco más de práctica para hacer el viaje de más de media hora que me separa de la universidad. En todo caso, ya les contaré. Por lo pronto, tengo un dolor innombrable en el sitio de sentarse.
3 Comments:
Tienes que contar cómo te va en tu primer viaje a Phillips en bici!!!!!!
Por lo pronto, te ves de lo mejor con tu casco y pedaleando.
Besos,
C
Si logro regresar entera hoy de Phillips, ahí les contaré cómo va todo. Si la cosa va muy mal, recibirás una llamada de auxilio!
Bejinhos
D
Mami: estoy en Terrapin, si necesitas que tu príncipa (digo, es un decir) vaya a buscarte, sólo avísame.
Besitos múltiples,
C
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