LA CIUDAD
Vuelvo ahora -después de un "interludio" demasiado personal- a uno de mis temas predilectos: la ciudad como mapa, como cuerpo también, como espacio por conquistar y donde somos conquistados. Habitamos una y muchas ciudades al mismo tiempo: la propia, cuyo mapa está trazado por las vivencias y expectativas personales, y las de los demás, que puede o no coincidir con la nuestra. ¿Poseemos a una ciudad o una ciudad nos posee? Como habitantes de una ciudad, nuestra vida está en función de ella: lo que somos, lo que hacemos, depende mayoritariamente del espacio físico en que nos movemos laboral y socialmente. Los sitios que frecuentamos, las personas que conocemos y con las que nos relacionamos, el trabajo que hacemos, no son completamente, siempre, nuestra opción: están ahí y van moldeando nuestras acciones. Sin embargo, la ciudad también se va definiendo por el uso que le damos a esos espacios específicos, de tal modo, por ejemplo, que no es lo mismo un teatro en Nueva York que un teatro en la Ciudad de México.
Una ciudad, entendida como megalópolis, es muchas ciudades; un número definido de islas urbanas dentro de las que se mueven sus habitantes. En muchos casos, el ciudadano de la gran ciudad se desplaza en espacios muy concretos, muy limitados, excluyendo otros sitios o destinos, ya sea por razones de seguridad, de tiempo o de dinero. El habitante de la gran ciudad no vive hoy en todo su territorio, sino en uno marcado, específico. Esto tiene que ver, como plantea Armando Silva, con el hecho de que la ciudad moderna no tiene un solo centro o núcleo, sino multiples: “el centro de la ciudad se ha corrido, una y otra vez, y con este desplazamiento suceden también cambios en el modo de representar y recorrer la urbe” (Imaginarios urbanos 16).
En el último siglo, las ciudades en América Latina han crecido de manera desbordante, y encontramos así urbes con millones de habitantes, donde cada día llegan nuevos inmigrantes -no sólo del campo por el desplazamiento económico de quienes creen que en las ciudades encontrarán el sustento del que carecen en sus comunidades rurales, sino por personas de todo el mundo, movidos por los más disímiles motivos-.
La ciudad, como espacio urbano en contraposición con el rural, es el lugar donde se han alterado los estados naturales: la ciudad no sólo se levanta sobre una superficie física que es en muchos casos modificada al extremo, sino también es el sitio donde la sucesión de los días y las noches cobra otra dimension. Con la luz artificial y las opciones recreativas nocturnas -estoy pensando, lógicamente, en ciudades donde esto es posible-, se ha extendido, más allá de la claridad solar, la oportunidad y capacidad de sus habitantes para convivir. En las noches, la ciudad es otra.
Al tratar de definir la ciudad es necesario diferenciar la ciudad como representación artística: musical, cinematográfica, literaria… y la ciudad como espacio físico habitado, donde transcurren las relaciones humanas de todo tipo. Cada ciudad es única, no sólo por su concepción natural, física y arquitectónica y por su historia, sino por poseer además una forma de hablar, de crear, de creer, de vivir, de soñar y de interrelacionarse de sus habitantes. Esto provoca, además, un constante aunque lento reajuste de todo tipo de valores: morales, políticos, estéticos… Sería demasiado simplista, pues, reducir la ciudad a la acepción que dan los diccionarios o a aquella de que nos hablara Angel Rama en La ciudad letrada como la realización material de un sueño de orden social jerárquico en los inicios de la fundación urbana de América Latina.
Referencias:
Giraldo, Luz Mary. Ciudades escritas. Convenio Andrés Bello. Bogotá, Colombia, 2000.
Rama, Angel. La ciudad letrada. Ediciones del Norte. Hanover, Estados Unidos, 2002.
Silva, Armando. Imaginarios urbanos. Bogotá y Sâo Paulo: cultura y comunicación urbana en América Latina. Tercer Mundo Editores.
pd. Como tal vez se den cuenta, mi foto no tiene nada que ver con las ciudades, pero: en primera, tenía ganas de poner una foto mía; en segunda, intenté poner una foto del puente de Tirry, en Matanzas, pero era muy pesada y no podía cargarla; en tercera: el blog es mío!! -en serio, ya pondré otra foto "apropiada" tan pronto pueda. La otra foto que aparece es la calle donde vivía, en Matanzas: Contreras. Saludos a todos.
10 Comments:
Qué buena la foto, es como si estuvieras "chateando", falta el audio y podemos conversar a gusto, para mi es muy significativo que coloques una foto, se suaviza el efecto virtual al conocer la cara de quien escribe. Sobre lo que escribes, creo que te servirá mucho leer uno de los artículos que te envíe porque justamente habla sobre las ciudades cambiantes desde la arquitectura, saludos
Ah! ahora que vi tu foto me recordaste a una amiga venezolana, María del Rocío, ella me escribió por varios años luego de mi regreso a Chile.
¿Luego de tu regreso a Chile? ¿Y por que tierras del mundo andabas, mujer? La verdad es que aún no me leo lo que me mandaste. De cualquier modo, Jameson me es más que familiar. Pero ahora la bebé está enferma, así que todo se complica. saludos, Damaris
a mi me gusto mucho ese interludio que llamas, refleja cosas que en ese trabajo sobre ciudades esta ausente, saludos. por cierto, eres estas bella
Con ese frío cómo no vas a tener a tu hija enferma, ojalá que mejore luego. De la amiga: fue hace muchísimos años y está relacionado sin querer con tu coemntario sobre las ciudades, cuando llegamos a caracas por allá en en el año 78 o 79 "para quedarnos" tuve una impresión muy fuerte con la ciudad, imagina salir de Chile, específicamente de un Santiago semi rural y llegar de pronto como en un sueño a una ciudad donde las puertas se abrían y cerraban mágicamente (recuerda que tenía 8 o 9 años)las escaleras corrían solitas, los edificios eran enormes y más encima vivíamos en el piso 20 luego de vivir por años en un cuarto piso. El colegio fue otro mega cambio, arquitectónicamente hablando, pero después te cuento más.
Damaris:
Mira qué curioso. He encontrado dos referencias en algo que escribí hace tiempo:
Paula venía de la experiencia de ciudades cómodas, fáciles de manejar: Matanzas, La Habana, Aachen, San Sebastián; pero Londres era otra cosa, imposible, infranqueable, aterradora y gris, sobre todo gris. «¡Qué asco, Gabo!, un día voy a terminar hecha un ladrillo, roja, negra, amarilla, gris, pero un bloque. ¿Cómo puede Nico?»
[...]
Cuando Paula llegaba demasiado agotada del trabajo, lo único que la animaba eran las historias de Gabriel en la Universidad, aunque luego ella le confiara que no era el trabajo, sino la ciudad, la que la extenuaba: La ciudad, Gabo, La ciudad. La gente que sale apurada de las bocas del metro, el metro que parece insaciable en su apetito voraz de tragar humanos, siempre con hambre, las escaleras siempre inundadas de personas, personas que apenas pueden caminar. Y falta espacio, todos parecen destinados a eliminar el vacío, y tal parece que el paso apresurado de todos conformará el movimiento total de la ciudad, y todo eso me asusta y me parece que un día la vorágine de apurados me va a aplastar o a tragar y yo pasaré a ser parte del caos.
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... De algún modo las ciudades nos marcan, nos sitúan respecto a lo demás, nos asustan o protegen. De cualquier modo, me quedo con pequeños espacios de ciudades, zonas delimitables, específicas, que incluso llegan a tener casi vida propia. Me llega a la memoria una de esas zonas personales, en La Habana, de Línea subiendo por M, y luego doblando por 17, subir otra vez por N hasta 21. Me gusta pensar que es el año 88 y que escucho de fondo la canción Árboles de Silvio Rdguez y Roy Brown. No sé por qué, es mi referencia de ciudad. En fin... un besote,
Iván
Iván,
Sí, creo que al final lo que nos queda de las ciudades son sitios muy delimitados, pequeñas islas desde y hacia las que nos movemos. Ahora vivo en una ciudad pequeña -comparada con La Habana, por ejemplo-. Pero he de confesar que la prefiero. Definitivamente no soy un animal de ciudad, sino más bien de campo o de espacios pequeños, seguros, fijos. Recuerdo, por ejemplo, mi último día -oficialmente hablando- en La Habana: el día que tenía que regresar a Matanzas de manera definitiva, y La Habana se convertiría a partir de entonces en un sitio de trámites. Recuerdo el día: era el 7 de julio de 1994 -Dios mío, que ha llovido desde entonces-. Y lo recuerdo porque ese día, en la cola de la lista de espera de la nunca bien ponderada terminal de omnibus interprovincial, escribí un ¿poema?, que transcribo a continuación:
A La Habana, por su dulce
decrepitud.
Hoy me despido de esta ciudad
que nunca fue la mía,
de estas calles
y estas casas cayendo,
irreversibles,
en el tiempo del abandono.
Recorro los portales
en los que jamás tuve complicidades,
las viejas fachadas llorando sus cicatrices,
sus arrugas, su decrepitud.
La ciudad y yo
nos iremos perdiendo,
olvidados nuestros rostros,
distantes los años y el amor,
rodando lejanas, sin nostalgias,
sin recuerdos comunes.
Esta ciudad,
animal oceánico y calmo
irá royendo mi alegría sin sentido,
agrandando el hueco de la tristeza
donde no quisiera guardarla.
El animal se esconderá en mí
y despertará a ratos
La ciudad y yo nos dolemos.
...
Es curioso: ahora, muchos años después, esa obsesión -la ciudad en ruinas- se mantiene, y no es hasta ahora que me doy cuenta que el germen ya estaba desde entonces. En fin, espero que la tortura no haya sido mucha. Un beso grande, y un abrazo de bienvenida a esta primavera que me trae felizzzz! Damaris.
Damaris:
Es como la canción: ¡Qué te puedo contar que tú no hayas vivido, qué te puedo decir que tú no hayas soñado!
En julio de 94 también abandoné La Habana, obligatoriamente aunque agotado de “pasar trabajo”. Cuando regresé en diciembre del 95 viví uno de los Festivales de Cine más agradable de los que tengo en memoria. Sin embargo, yo no estuve en la ciudad. El espacio total estaba habitado por fantasmas, se me aparecían en esta esquina, en aquel parque, en aquella calle, hasta se sentaban conmigo en el cine, luego de haber compartido la cola para entrar.
Leo tu poema y me parece que sí, que la ciudad nunca me perteneció. ¡Qué ilusos! ¡Como si yo perteneciera a alguien!, diría ella desde su pose decrépita, ruinosa y decadente, pero todavía omnipotente al fin y al cabo. Quizás como generación, entre los tantos “sueños” y supuestas “encomiendas” con las que llegamos en el año 89 (Y de la fecha a acá sí han caído extraordinarios aguaceros), estaba aquella pretensión o complejo de Rastignac (París, ya nos veremos las caras) de intentar “dominar” La Habana. Quizás también la idea de la ciudad la traíamos demasiado bien aprendida, y como parte de casi todo el aprendizaje no era real, sino representada. Y cuando la ciudad comenzó a cambiar desenfrenadamente y desesperanzadoramente, la tarea de entender la nueva imagen para poder algún día llegar a dominarla, resultaba demasiado agotadora. Uff, me cansé. Vivo en una ciudad extremadamente inmensa, desordenadamente rápida, y aún así, también aquí, no he podido ceder ante de la certeza personal de que las ciudades, como los países, como la patria, son los amigos.
De la primavera ya escribí en mi blog, Londres con sol, también es otra cosa :)
Abrazos,
Iván
Damy,
¿Ya viste la película basada en el libro de Ponte? Tenemos una copia.
Alfre: no, no he visto la película, pero sé que se llama Un arte nuevo de hacer ruinas, y que es una producción alemano-cubana. Vi, en internet, algunos fragmentos y muchas fotografías. Y claro, me encantaría verla. Si pueden, traíganla el fin de semana a Iowa. Yo no voy a estar ahí, pero el lunes ya regreso y podría verla entonces el martes o algo así. Al menos las fotos que he visto son terribles. Un beso, Damy.
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