воскресенье, декабря 17, 2006


Hace ya algunos años, durante mucho tiempo, Crimen y castigo, de F. Dostoievski, era para mí "EL LIBRO". Lo había leído hacía tanto que apenas me quedaba de él una sensación: no podía -ni ahora puedo- recordar exactamente la trama, apenas uno que otro nombre de los personajes, como el de Raskolnikov. Pero lo que perduraba en mí era la emoción que sentí mientras lo leía, la manera en que se iba estableciendo una relación entre la historia que se contaba y yo -o tal vez, ahora, debería decir, la forma en que estaba contada la historia-. No recuerdo cuándo fue que lo leí. Tal vez tendría 20 años, tal vez menos. No lo sé. En todo caso hace mucho tiempo. Ahora poseo el libro de nuevo. Lo he bajado en un archivo desde algún lugar de Internet. Resistí -estoicamente, tengo que añadir- la compulsión que padezco ahora de comprar cosas por Internet, sobre todo libros, collares y aretes. Me pasa algo con los libros. Por ejemplo, ahora tengo el archivo de Crimen y castigo -entre otros muchos libros por leer, como los de Bukowski-, y sólo es cuestión de imprimirlos y ya, listos para leer. Pero me da la misma reacción que me dan las comidas congeladas, esas de meter en el microwave y que en cuestión de 10 minutos a lo máximo están sobre tu plato. Falta algo, se pierde en el camino algo de la magia que deben tener todas las cosas, que no es más que el proceso para llegar a ser. Es lo mismo con los archivos de internet, con los libros para imprimir: sé que es el mismo contenido, pero no dan el mismo placer. Al menos a mí. También sucede que con los libros, como con algunas otras cosas materiales, tengo un sentido de posesión física muy grande. Necesito tenerlo ahí, saber que existe físicamente, que ocupa algún espacio de nuestro pequeño apartamento, particularmente atestado de libros. Un amigo me dijo el otro día que estaba leyendo Los hermanos Karamazov -que no he leído nunca- y eso despertó nuevamente en mí el recuerdo de Crimen y castigo. Tengo que releerlo, definitivamente, para ver si provoca en mí una sensación tan fuerte como el recuerdo de la que tengo. Cada vez que uno relee un libro se enfrenta a uno mismo: al que fue cuando leyó ese libro. El encuentro puede ser productivo, supongo. Como decía antes, durante años Crimen y castigo fue "EL LIBRO", y para mí no había nada que lo superara en cuanto a forma de escribir. Recientemente, leí por completo El Quijote. No sólo lo leí, también fui de oyente a un curso sobre él. Y lo leí y estudié para mis exámenes de Maestría -fue una de las preguntas que contesté en el examen correspondiente-. Cuando leí El Quijote, volví a sentir lo mismo: es "EL LIBRO". Una y otra vez me ha estado rondando la misma pregunta: ¿cómo alguien -en este caso, Cervantes, tuvo la lucidez (¿o la locura?) tan grande, tan abarcadora, como para escribir algo así? Puede parecer una autopregunta tonta (la respuesta es muy sencilla: se tiene el talento para hacerlo o no se tiene. Punto) pero el asunto me sigue impresionando mucho.