Crecí en un país donde la Navidad estaba oficialmente prohibida. Teníamos juguetes una vez al año: básico, no básico y dirigido -uno mejor, uno regular y uno bastante malo, en este orden-. Para comprar los juguetes asignaban un número a cada familia del barrio, y uno tenía que ir a comprar el día y la hora que le correspondiera a ese número. A mi hermana y a mí siempre nos tocó de los últimos números, por tanto, siempre cogíamos los rastrojos que ya nadie quería. Teníamos, en cambio, muchos libros que nos compraban nuestros padres. Y teníamos un "afuera" donde jugar: nos pasábamos los fines de semana correteando y haciendo excursiones de exploradores a una loma que había detrás de nuestra casa. Entré por primera vez a una iglesia estando ya en la Universidad, cuando fui con un grupo de amigos a oír la Misa del Gallo en la Catedral de La Habana, que oficiaba Monseñor Jaime Ortega. No recuerdo de qué habló Monseñor. Recuerdo, sí, que la Catedral estaba abarrotada, no cabía nadie más. Nosotros apenas nos pudimos acomodar en alguna esquina, apretujados entre tanto asistente. Mi segunda Misa del Gallo, en 1994, en la Iglesia de los Carmelitas, oficiada por el Padre Ramón, cambió el rumbo de mi vida, literalmente. No es que de repente haya descubierto en mí un cristianismo hasta entonces irrevelado. No. Después de esa misa decidí que tenía que irme de Cuba por motivos que no vienen al caso ahora.
Mi infancia alejada de la Navidad no me hizo mejor ni peor que nadie. En términos generales me considero una buena persona. Tal vez si mi familia hubiera sido católica, la ausencia forzada de la Navidad hubiera significado un trauma para mí. Pero ni siquiera mi abuelo Miguel cree en la Navidad. Cuando mi madre y sus hermanos eran pequeños, él siempre les decía que Santa Clauss no existía, que eran los padres quienes compraban los juguetes según tuvieran o no dinero, y los ocultaban para que después los niños creyeran la historia de Santa. Quizás por eso mi mamá entendía el engaño de otros padres, cuando al regresar a clases, los niños más pobres se lamentaban de haberse portado bien todo el año y no haber recibido ningún premio de Santa. Después que salí de Cuba, hace ya algunos años, he celebrado, año tras año, la Navidad: compro regalos, ceno. Sin que esto en realidad signifique mucho para mí, más allá de estar rodeado de gentes que uno quiere. Incluso, he asistido a varias Misas navideñas, que en nada me recordaron aquellas dos a las que asistí en Cuba.
Ahora se acerca la Navidad. Tengo dos hijas, una muy pequeña que aún no sabe de fechas ni vacaciones. Y otra de cinco años, que cree en Santa. En casa tenemos un árbol con muchos regalos debajo -que ella cree que trajo Santa-. A veces me dan deseos de explicarle que nada de eso existe, que somos su papá o yo quienes hemos comprado los regalos, o que sus abuelitos los enviaron desde Chile. Pero tengo miedo romperle una ilusión.
9 Comments:
Fíjate que la ilusión me duró más a mí que a Mariana: hoy me ha soltado a quemarropa: Mamá, si yo sé que Santa no existe. Y yo me quedé boquiabierta porque realmente no supe que contestarle. Como siguió insistiendo con eso, no tuve más remedio que echar mano a mi casi nula formación religiosa y explicarle el sentido real de la Navidad, que no tiene que ver con los regalos ni el arbolito, estrictamente hablando. No sé si lo habrá entendido, aunque supongo que sí (los niños suelen ser más inteligentes de lo que creemos siempre). Gracias por la lectura y por compartir tu opinión. Por ahora, ya somos dos hablando, es decir, pasé del monólogo al diálogo, y eso es un gran avance. Besos para ti y para Dare, Damy
Hola
Soy un poco tímida para escribir, pero esta ves no me pude resistir, gracias.
Fueros varias sensaciones las que sentí. Siempre se me escapa alguna lagrima cuando leo algo tuyo, algunas por tristeza y otras por orgullo.
De niña, como para ti la navidad nunca existió, solo sabia de ella por alguna que otra postal que enviaban mis tías de Miami y que para mi eran solo algo bonito y colorido.
El fin de año solo se distinguía de los demás días porque mi padre se esforzaba para tener abundante comida, lechón para asar y viandas, y por el típico cubo de agua que se tiraba a la calle a las 12 de la noche del 31/12 supuestamente para expulsar lo malo y recibir el año con buen animo y que nos servia más para burlarnos (sanamente) de nuestros vecinos menos deseados.
Pero si quiero que mis hijos (tus sobrinos) celebren la navidad, más allá de que crean en Santa o no, quiero que tengan la ilusión y la alegría que se vive en estas fechas y que aprendan a dar y recibir, que se apeguen a la familia y a los amigos más que nada.
En cuanto a nosotros, nunca es tarde si la dicha es buena, y siempre habrá Navidad mientras tengamos amor.
¡Feliz Navidad!
Un beso grande.
Dare.
Ah... las misas del gallo en la Catedral de La Habana. No sé por qué íbamos, porque no creíamos mucho en aquello. Quizás porque era todo un evento, con luces, trapo y lentejuela (la de los oficiantes de la misa, al menos). También porque quizás esperábamos algo político importante. En todo caso, éra algo fuera de lo común, una rutina no oficial.
Gracias por pasar por acá, Alfre -y por dejar constancia-. un abrazo
Damy
Veo que lectores no te faltan. A mí la Navidad me hace -o me hacía, más bien- sentir más cerca de mis viejos. Hoy me siento más cerca de las niñas. Y de vuesa merced, por qué no decirlo. Y yo,por paradójico que parezca, educado en colegio y familia y país católico, no tengo ni el más mínimo interés por el rollo religioso. No soy el único, por lo demás. O'Henry tiene un cuento sobre navidad que es un clásico sobre el tema. Tusquets publicó una rebuscada antología de Cuentos eróticos de navidad, aunque debo reconocer que algunos cuentos cumplen su cometido, que no esprecisamente celebrar al niño Dios. Ambos libros están en la casa. Besos múltiples, C
Cuentos eróticos de Navidad... suena interesante.
También creo que la tolerancia es demasiado importante, y muy poco practicada, además. A veces puede existir una frontera confusa entre la tolerancia y la indiferencia.
No viene al caso, pero no puedo dejar de comentar la ejecución de Hussein. No es que el tipo me caiga bien ni mucho menos simpatice con él, pero el proceso ha sido tan arbitrario que no puedo dejar de preguntarme en manos de quiénes está, literalmente, el mundo.
En este sentido, creo que este país se ha vuelto indiferente -o más bien lo han vuelto-. Nada le importa a nadie.
En fin, gracias a todos por opinar. Me gusta que lleguen por acá y hablen, y opinen. No sólo es algo: es mucho para mí. Gracias. Ahí les dejé otro posteo. Es una idea que pretendió ser poema y no pasó de unos cuantos versos muy malos, pero sigue dándome vueltas, y la idea se refuerza en cada cambio de estación. Claro, con el asunto del calentamiento global, este invierno ha sido más que benévolo, pero a mí, que soy friolenta y tropical, esto no me causa ninguna gracia. Prefiero las cosas como tienen que ser: el invierno frío y el café fuerte!
Pues a mi de la Navidad lo único que me gustaba eran las misas del gallo en la Catedral de La Habana porque eran lo más parecido a un carnaval del medioevo. Además eran la mejor sustición para la opera en Cuba. Había que ver al Cardenal Jaime Ortega entonando los cánticos religiosos y con él a toda la feligresía. Me refiero a la producción teatral del asunto, no a la "actual representation".
Mi paso por lo religioso tuvo que ver más con el aburrimiento que con la creencia verdadera en los cuentos de hadas.
De todas formas, supongo que en estos días se dice Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo.
Sí, definitivamente aquello era como levantar una cortina y descubrir otro mundo que en mi caso, nunca alcancé a comprender del todo, pero que igual era algo distinto, novedoso y por lo tanto, explorable. Recuerdo, de esos años en la Universidad, los conciertos en la Iglesia de Paula, por ejemplo, que tanto me gustaban. Gracias por pasar por acá, Yis. Estamos en contacto. ya nos veremos hoy o mañana para esperar el 2007. Besos, Damy
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