El año nuevo, mis 37 años
El 2008 no empezó ni mejor ni peor que cualquier otro año: fiesta con algunos amigos, algo de aburrimiento a más de 20 grados bajo cero, más nieve que de costumbre, miles de pendientes que aún siguen esperando -incluso los más urgentes-. Hace ya tiempo dejé de hacer propósitos de año nuevo, y de hacer balance del año que acaba. Antes, al filo de la medianoche, solía sentarme sola en algún rincón para repasar lo bueno y lo malo del año que terminaba, y ponerme metas concretas para el año por estrenar. Pero lo cierto es que casi nunca he cumplido lo que me he propuesto. Y por algún motivo que prefiero no averiguar, el fin de año dejó de tener ese hálito mí(s)tico de punto de giro, de cambio. Me he vuelto más pesimista, menos alegre, más patética, para resumir. A estas alturas lo único que creo es que ya no creo en nada -¿en nadie?-. Pero no es de mi "alegría" sempiterna de lo que quiero hablar, sino de mi cumpleaños 37: fue uno de los mejores cumpleaños que he pasado en los últimos años. Tal vez, el mejor cumpleaños de mi vida. Para empezar, recibí muchas felicitaciones (las que no recibí y esperaba me han dejado bastante triste), de muchos amigos regados por todo el mundo: Inglaterra, Perú, México, Cuba, EEUU of course. Mi prima Dayne me dio una sorpresa gratísima: me llamó desde Cuba -y para los que conocen de esto, saben lo que significa una llamada de Cuba-, y me puso una grabación de Felicidades en tu día. Fue lindo: yo contesté el teléfono y ella, cambiando la voz, me dice, "un momento, le van a hablar", y acto seguido, la grabación de la canción y toda mi familia cantando al unísono. Luego fuimos con algunos amigos cubanos muy pero muy queridos: Arturo, con quien estudié en la Universidad de La Habana; Tania, a quien conocí hace poco pero ya está dentro de mis afectos más gratos, y Narda, la prima de Yis, quien a últimas fechas se ha convertido en más que la prima de mi mejor amigo, para ser mi amiga también. Recibí regalos muy cálidos, muy significativos: Narda me regaló un anillo de oro suyo que tenía desde su estancia en Guyana. Este gesto me conmovió mucho porque es algo que ella se quitó para darme a mí como muestra de amistad. Arturo me trajo un recetario de tapas de España; él conoce mi gusto por la cocina y por inventar platos nuevos. Ahora me toca probar las recetas españolas. Y Tania me trajo de la Florida un abrigo rojo precioso: uno de mis colores favoritos. Estuvimos tomando y comiendo pan y queso y hablando y riendo desde adentro hasta las cinco de la mañana. -No sé cómo pude levantarme al día siguiente a las 8 am para llevar a Marianita a su escuela, con la calle cubierta de nieve y el carro resbalando-. No recuerdo cuándo fue la última vez que pasé una noche en vela divirtiéndome. Fue hermoso estar rodeada de gente que me quiere y me hace sentir bien. No pude evitar llorar: por la alegría de tener amigos tan buenos, por la tristeza de los que están lejos, por los que están, por los que nunca más estarán. Me hubiera gustado que mi mamá fuera más efusiva y su felicitación más cálida; que Mariana me hubiera regalado alguno de los dibujos que todos los días me regala. Me hubiera gustado que otros amigos se hubieran acordado: Dare, Jose, Silvia, Ruth, Laura... pero en fin, todos andamos demasiado ocupados siempre, y yo misma he olvidado fechas importantes y cumpleaños que no debería haber olvidado. Me hubiera gustado que Yeli estuviera viva, que mi papá también. Este año se cumplen ocho años de la muerte de mi hermana, y siete de la de papi, pero para mí el dolor sigue igual que el primer día. Pero hay que seguir. Cada quien con su baúl de tristezas, de fantasmas que reaparecen de vez en cuando, o que nunca más aparecerán. Con las esperanzas, los buenos deseos, la buena fe.
El 2008 no empezó ni mejor ni peor que cualquier otro año: fiesta con algunos amigos, algo de aburrimiento a más de 20 grados bajo cero, más nieve que de costumbre, miles de pendientes que aún siguen esperando -incluso los más urgentes-. Hace ya tiempo dejé de hacer propósitos de año nuevo, y de hacer balance del año que acaba. Antes, al filo de la medianoche, solía sentarme sola en algún rincón para repasar lo bueno y lo malo del año que terminaba, y ponerme metas concretas para el año por estrenar. Pero lo cierto es que casi nunca he cumplido lo que me he propuesto. Y por algún motivo que prefiero no averiguar, el fin de año dejó de tener ese hálito mí(s)tico de punto de giro, de cambio. Me he vuelto más pesimista, menos alegre, más patética, para resumir. A estas alturas lo único que creo es que ya no creo en nada -¿en nadie?-. Pero no es de mi "alegría" sempiterna de lo que quiero hablar, sino de mi cumpleaños 37: fue uno de los mejores cumpleaños que he pasado en los últimos años. Tal vez, el mejor cumpleaños de mi vida. Para empezar, recibí muchas felicitaciones (las que no recibí y esperaba me han dejado bastante triste), de muchos amigos regados por todo el mundo: Inglaterra, Perú, México, Cuba, EEUU of course. Mi prima Dayne me dio una sorpresa gratísima: me llamó desde Cuba -y para los que conocen de esto, saben lo que significa una llamada de Cuba-, y me puso una grabación de Felicidades en tu día. Fue lindo: yo contesté el teléfono y ella, cambiando la voz, me dice, "un momento, le van a hablar", y acto seguido, la grabación de la canción y toda mi familia cantando al unísono. Luego fuimos con algunos amigos cubanos muy pero muy queridos: Arturo, con quien estudié en la Universidad de La Habana; Tania, a quien conocí hace poco pero ya está dentro de mis afectos más gratos, y Narda, la prima de Yis, quien a últimas fechas se ha convertido en más que la prima de mi mejor amigo, para ser mi amiga también. Recibí regalos muy cálidos, muy significativos: Narda me regaló un anillo de oro suyo que tenía desde su estancia en Guyana. Este gesto me conmovió mucho porque es algo que ella se quitó para darme a mí como muestra de amistad. Arturo me trajo un recetario de tapas de España; él conoce mi gusto por la cocina y por inventar platos nuevos. Ahora me toca probar las recetas españolas. Y Tania me trajo de la Florida un abrigo rojo precioso: uno de mis colores favoritos. Estuvimos tomando y comiendo pan y queso y hablando y riendo desde adentro hasta las cinco de la mañana. -No sé cómo pude levantarme al día siguiente a las 8 am para llevar a Marianita a su escuela, con la calle cubierta de nieve y el carro resbalando-. No recuerdo cuándo fue la última vez que pasé una noche en vela divirtiéndome. Fue hermoso estar rodeada de gente que me quiere y me hace sentir bien. No pude evitar llorar: por la alegría de tener amigos tan buenos, por la tristeza de los que están lejos, por los que están, por los que nunca más estarán. Me hubiera gustado que mi mamá fuera más efusiva y su felicitación más cálida; que Mariana me hubiera regalado alguno de los dibujos que todos los días me regala. Me hubiera gustado que otros amigos se hubieran acordado: Dare, Jose, Silvia, Ruth, Laura... pero en fin, todos andamos demasiado ocupados siempre, y yo misma he olvidado fechas importantes y cumpleaños que no debería haber olvidado. Me hubiera gustado que Yeli estuviera viva, que mi papá también. Este año se cumplen ocho años de la muerte de mi hermana, y siete de la de papi, pero para mí el dolor sigue igual que el primer día. Pero hay que seguir. Cada quien con su baúl de tristezas, de fantasmas que reaparecen de vez en cuando, o que nunca más aparecerán. Con las esperanzas, los buenos deseos, la buena fe.
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