воскресенье, января 21, 2007

Hace unos días, cumplí 36 años -gracias, gracias- y me acabo de dar cuenta que llevo la tercera parte de mi vida fuera de mi país. No es poca cosa, y creo que nunca antes había pensado en ello. Quizás porque hasta hace muy poco no me sentía realmente una emigrante, sino más bien alguien que estaba sólo físicamente afuera, pero que mantenía fuertes conexiones con la isla, y que en todo caso podía regresar cuando quisiera, cuantas veces quisiera. Hace ya casi tres años, mi condición migratoria cambió radicalmente y desde entonces me siento, en verdad, una emigrante. No puedo utilizar aquí la palabra inmigrante porque no me siento parte de este lugar, como antes no me sentí parte tampoco por completo de ninguno de los lugares en los que viví -pese a los buenos momentos y amigos que he hecho en cada sitio por donde he pasado en estos años, que no han sido pocos-. Ahora no puedo regresar -y aunque pudiera tampoco tendría adónde-, y esa imposibilidad le otorga a mi vida un sentido que aún no logro definir: sé que tengo que "acomodarme" acá, entiéndase: insertarme social y profesionalmente en esta sociedad. El asunto es que no logro encontrar la forma, o más bien, no le encuentro el gusto. No puedo evitar sentirme una nómada, sin lugar de retorno. En mi caso, el lugar de origen no sólo mutó -en demasiadas formas, todas muy personales, que no voy a exponer acá- sino que además, desapareció de mis posibilidades, ya no se puede considerar. En mi país quedan familiares y amigos muy pero muy queridos. Con casi todos mantengo una comunicación bastante fluida. Pero al contrario de lo que me sucedía hasta hace pocos años, ahora me siento afuera por completo de esa vida. No se trata de nostalgia ni dolor -aunque hay de los dos- sino más bien de un corte, un hachazo fundamental que en mi caso, ni siquiera sé si tiene que ver completamente con algunos cambios burocráticos o con otras cosas más personales. Durante mucho tiempo me pregunté si había hecho bien en irme o no de mi país, si había sido la mejor opción. En ocasiones incluso llegué a plantearme seriamente la posibilidad de volver. En todo caso, había no sólo algo, sino también "alguienes" que me esperaban. Nada de eso existe hoy. No sé si algún día tendré el valor de volver -y aquí la palabra valor adquiere en verdad una acepción casi heroica, que los más cercanos entienden perfectamente-. En todo caso, uno debería tener siempre la posibilidad de volver, o al menos, de elegir volver.

понедельник, января 08, 2007



La Historia como verdad cuestionable en El mar de las lentejas

Con El mar de las lentejas, Antonio Benítez Rojo nos da cuenta de una visión de la historia de la conquista y colonización del Caribe que dista bastante del cuadro uniforme, monolítico e irrefutable que durante años describió cómo fue la llegada de los españoles a tierras americanas. Montada sobre el andamiaje de hechos históricos reales: la derrota de la Armada Invencible Española en 1588, y la muerte de Felipe II en 1598, la novela relata el momento exacto en que la gran victoria de la colonización de América comenzó a convertirse en una derrota para España. No sólo perdía su prestigio militar al ser aniquilada la Armada con el cambio de estrategia en las guerras navales por parte de Inglaterra, sino que también económicamente las riquezas que llegaban del nuevo continente dejaban de ser españolas para ir a parar a los bancos de Italia, Holanda o Inglaterra.
Estos dos hechos concretos son la base sobre la que se construye toda la ficcionalización; además, dan coherencia a las cuatro historias que paralelamente se van desarrollando en la novela. La mezcla de personajes reales, como Felipe II, John Hawkins, Pedro Menéndez de Avilés, o Pedro de Valdés, por ejemplo, con personajes totalmente ficticios, como Antón Babtista, logra el efecto de hacer creíble la historia que se narra. Si bien Benítez Rojo juega con la exactitud histórica de los personajes reales, los ficticios le permiten crear y hacer verosímil a ese héroe mediocre del que nos habla Georg Lukács, que representa las fuerzas históricas de un determinado momento y que es necesario para la novela histórica.
Según Lukács,
en la novela histórica lo que importa no es el recuento de los grandes acontecimientos históricos, sino el despertar poético de los individuos que tomaron parte en ellos; debemos re-experimentar los motivos sociales y humanos que tuvieron para pensar, sentir y actuar tal y como lo hicieron (Lukács 42).

Lo que importa, entonces, no es el inicio de la derrota española –que culminaría dos siglos después con la independencia de casi todas sus colonias en América-, sino que de esa lucha entre dos sistemas económicos distintos como el naciente capitalismo inglés y el ya obsoleto absolutismo monárquico y religioso del feudalismo español, no podían surgir otros héroes como los que nacieron: sean Antón Babtista o Pedro de Ponte. En la novela importan menos los personajes reales que los ficticios. Los reales están limitados por sus biografías conocidas, mientras que son los de ficción los que enriquecen la trama y la hacen más cercana. El mar de las lentejas es una y muchas historias al mismo tiempo. Es la historia real de la colonización hecha más íntima y por tanto, más creíble, que nos “muestra una circunstancia histórica particular en la cual los personajes no tenían otro modo que actuar como lo hicieron” (Lukács 43). Otra de las características de la novela histórica, tal y como lo enunciara Lukács, es que ésta enmarque los hechos ficcionales en un marco histórico anterior al momento en que se escribe, lo que le otorga una mayor objetividad al acto creativo. En cierta medida, además, la novela quiere darnos la idea de que el presente es como es por una serie de acontecimientos del pasado; ratifica lo que Lukács denominó “la historia como un proceso ininterrumpido de cambios¨ (23).
Del mismo modo que el historiador (re) construye un mundo de palabras a partir de ciertos hechos, el narrador ficcional crea mundos donde es posible reconocer hechos públicos. Tanto para el historiador como para el escritor, la base sobre la que se construyen sus historias, interpretaciones o representaciones es el criterio de selección para elegir determinados hechos y no otros, y establecer una relación de causa-efecto entre ellos. En el mundo recreado por Benítez Rojo es posible reconocer a todos los personajes que pudieron estar interactuando en la realidad en ese momento, sin importar si se trata o no de personas reales. Se trata de tipos histórico-sociales, perfectamente posibles. La proliferación de puntos de vista narrativos le permite al autor otorgarle una conciencia más verosímil a sus personajes, llegando incluso en algunos momentos a un tono didáctico. Junto a esto, la casi preciosista utilización de hechos históricos, con precisión de fechas, sitios, personajes, hace de la novela un entramado perfecto para acercarnos al pasado. Las historias que se cuentan no son lineales, dan saltos temporales sin previo aviso; y unido a esto, el cambio repentino de la voz narrativa hacen que se trate de una novela de difícil lectura. Muchas veces este cambio sólo es perceptible por la variación en el lenguaje. Otras veces ofrece cronologías –de Pedro de Ponte; de la batalla de la Armada contra la flota inglesa- que le otorga a esos fragmentos de la narración un carácter casi historiográfico y científico. La novela exige del lector una atención continua y cuidadosa si no quiere terminar perdido no ya en un "mar de lentejas", pero sí en un mar de hechos y personajes dispersos en diferentes escenarios, en ambas partes del océano Atlántico.
Otra de las técnicas de ficcionalización que utiliza Benítez Rojo es la metanarrativa. Hacia el final de la novela da cuenta de su título:
…don Pedro atravesaba con su dedo, de derecha a izquierda, la lenta porción de océano que separaba las costas de Guinea de aquello que el cosmógrafo llamaba en su carta Le Mer de Lentille… lentejas de oro, de plata, de perlas, de corambres, de sabores y olores y colores preciosos (Benítez Rojo 281)

En su novela encontramos al héroe moderno que sufre un revés romántico (Hawkins); a un teórico del capitalismo (Ponte); a un rey moribundo preocupado más por alcanzar la santidad que por el futuro político y económico de sus súbditos; al aventurero fracasado (Babtista) que intenta, como el héroe de las novelas picarescas, contravenir el orden estamental establecido, y que del mismo modo, no lo logra. Al mismo tiempo, este “pícaro” representa, en El mar de las lentejas, al colonialismo como empresa fracasada.
En la novela hay tres mundos enfrentados: por una parte, España y su afán colonizador pero cerrado e incapaz de inversión; por otra, Inglaterra y el naciente capitalismo, la nueva religión (el dinero y los nuevos dioses); y en el trasfondo, el Caribe como escenario donde comienza a darse la lucha entre las dos potencias europeas ya no sólo por los territorios, sino como espacio distinto en formación. Benítez Rojo desbarata algunos mitos de la colonización: el del Caribe como territorio caníbal; la misión evangalizadora de España en el nuevo mundo –se trataba, en primera y casi única instancia en un afán de conquista-; los verdaderos motivos de los viajes hacia América: el afán de encontrar oro, de mejorar la fortuna –y a su vez, cómo el fracaso para hacerlo, se va convirtiendo en frustración, en desesperanza y luego en mentiras, en resentimientos, en descontentos y en conspiraciones-; el del mestizaje como un hecho natural –cuando en realidad fue producto de la violación y de la violencia-. La muerte de Antón Babtista a manos de su propio hijo mestizo, hacia el final de la novela, rompe de manera drástica con el carácter romántico y edulcorado que a veces se le ha querido dar, a través de la historia oficial, a este proceso de mezcla de las dos culturas. La larga agonía de Felipe II, con que abre el libro y que sirve de marco referencial hasta el final, pareciera ser la metáfora de la agonía del imperio español.
De los viajes hacia América, el autor nos cuenta los riesgos que enfrentaban los navegantes, tanto por las inclemencias del tiempo como por parte de los piratas que comenzaban a pulular en el trayecto, y que con el tiempo se convirtieron en un verdadero problema para el traslado de las riquezas hacia España. También nos cuenta la génesis de la esclavitud en el Caribe, el afán de probar fortuna de los españoles que llegaban a territorio americano, y también quiénes eran estos españoles.
En El mar de las lentejas encontramos ecos evidentes de Alejo Carpentier. No sólo está en la imagen del descubridor-descubierto que es Cristóbal Colón en El arpa y la sombra y que aquí es el burlador-burlado en que se convierte Hawkins hacia el final, sino también en la técnica carpenteriana del aspecto carnavalesco de la historia del Caribe. Benítez Rojo ofrece una larga enumeración de sustantivos que no son más que máscaras, disfraces, atuendos propios de las festividades del carnaval. Otras huellas intertextuales están en el discurso del asombro ante la maravilla del nuevo mundo por parte de Cristóbal Colón.
El mar de las lentejas no nos ofrece, definitivamente, una lección de Historia, de esa historia oficial y acartonada de nuestras escuelas. Sin embargo, nos pone frente a hechos posibles, incluso esperables, que hacen más humano, y por tanto más lleno de errores, lo que conocemos del pasado. La novela no es una respuesta sino más bien un cuestionamiento profundo.